“Es súper bacano!” – Le dijo Isis a Ana al medio día luego de salir del colegio y pensó en eso toda la tarde. Tanto que no pudo concentrarse en el entrenamiento de Volleyball y la entrenadora, iracunda, la envió a casa temprano.
En los camerinos mientras se cambiaba, Sandra Caicedo se aproximó a ella apenas con una toalla en el hombro rumbo a las duchas. Ana no fue conciente de su propio estupor ante la desnudez de su amiga, ni de sus palabras cuando esta se detuvo enfrente. Sus pupilas se dilataron por instinto posándose sobre los contornos opacos de su amiga, en segundos su cerebro se hartó de las geometrías aerodinámicas, protuberantes y viscosas de Sandra expuestas sin malicia bajo los tenues 60 vatios de los focos incandescentes del recinto.
Sandra sacudió su mano frente al rostro de Ana como para despertarla de su súbito estado criogénico y lo logró. “Que si te vas a ir sin bañar” fue su pregunta en un tono enérgico luego de la tercera vez. “Sí” – le contestó Ana – “Me baño en la casa. Se me había olvidado que tengo que hacer una vuelta urgente.” Se terminó de acomodar la camiseta y se apresuró a salir por la puerta oxidada.
La vergüenza y el desconcierto la abordaron segundos después en el pasillo hacia la calle. Sintió el enojo y temor natural de lo que no se comprende y frunció el seño para reafirmarlo mientras aceleraba el pasó y guardaba sus manos en los bolsillos de la sudadera.
Su madre no estaba en casa cuando llegó, así que subió de inmediato a su habitación, se desnudó sin dificultad y se refugió bajo los vapores de la regadera. En el agua caliente y el jabón depositó su esperanza de extinguir sus innombrables ansias, pero sin resolver como ignoraría las palabras de Isis una y otra vez - “Es súper bacano!”.
Ana salió del baño con la cabellera envuelta en una pequeña toalla exhibiendo a la ausencia su esculpida silueta. Percibió el dulce y lascivo olor de sus feromonas y sin intención de evitarlo entregó al tacto la sensación aterciopelada de su inmaculada epidermis. Segundos después se plantó frente al espejo de 2 metros de la puerta del closet a contemplarse perfecta e intacta.
Entregada a sus deseos y ya convencida de que nadie podría cuestionar su pudor sin ser testigo de sus furtivos anhelos, decidió aventurarse en los terrenos indescifrables de la ipsación. Ana impregnó de saliva sus índices y dotó sus manos de libre albedrío para que exploraran sus más ignotos rincones. Las falanges heladas circundaron sus aureolas puntiagudas por el tiempo suficiente para que su temperatura se elevara.
Su mano derecha se envició en su turgente pecho izquierdo y empezó a ejercer más y más presión sobre el mismo como si no quisiera dejarlo huir. Al mismo tiempo, su mano izquierda se escabulló por los terrenos de su abdomen vertical y sin prominencias, esquivó el vacío umbilical dejando su húmeda estela y se adentro en las selvas aun incipientes y rubias de afrodita. La respiración de Ana se hizo más entrecortada y casi colapsa por sus propios espasmos cuando su índice encontró refugio acogedor en su resquicio lúbrico y efervescente.
Recordó en ese momento de nuevo las palabras de Isis “Es súper bacano!” y dispuesta a no dejar escapar aquella nueva y explosiva sensación hizo lo que su amiga le había dicho. La fricción constante y repetitiva de la delgada extremidad en su anegada ranura la tele transportó a aquel mundo prohibido que tanto temió pero que ya era incapaz de abandonar. Era ya imposible mantener los ojos abiertos y contener suspiros que de un momento a otro dejaron de pertenecerle y cobraron vida propia. Empezó ahora a recordar a Sandra, a Isis, a sus amigas del colegio y a Diego, su mejor amigo, el cual desde este instante jamás volvería ver con los mismos ojos. Como si acabara de recibir una revelación divina, ya no le fueron del todo repugnantes las fotos y los videos de internet y se prometió no volver a mirar con la misma prevención las escenas de las películas y las telenovelas que veía con su madre.
Como bajo los efectos de un poderoso narcótico empezaron esta vez a dibujarse imágenes sicodélicas en las paredes oscuras de sus párpados internos mientras una onda de sus plañidos se expandía por toda la habitación. Su cuerpo sacudido por los sismos de la plenitud no soportó un minuto más y de súbito Ana se desbordó sin control alguno frente al espejo. Permaneció inmóvil unos segundos antes de abrir de nuevo los ojos. En el reflejo vio su pudor, su inocencia y su ingenuidad vertidos entre sus muslos, sus curvas bruñidas por el sudor de la agitación, y sus pechos agigantados y enrojecidos por los ímpetus de la líbido.
Ana se dio otro baño y volvió al espejo. Estaba aun desnuda viendo a la misma niña de antes sin arrepentimiento alguno, porque su perspectiva del pudor, la inocencia y la ingenuidad había cambiado. Ahora tenía ganas de aprender más y seguir cambiando.
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1 comentario:
Una historia consistente y muy bien narrada que expresa sutilmente la intimidad de sus protagonistas
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